Socialismo y derechos humanos


Por: Enrique Ubieta

Hace unos días narraba en mi blog personal una vivencia simple y conmovedora. Eran cerca de las seis de la tarde. A doble paso, como suelo caminar, cruzaba la última esquina del Capitolio, frente a los restos del Teatro Campoamor —o Teatro Capitolio, como dice un letrero en su parte superior—, cuando vi a un hombre que yacía inconsciente en el suelo. "Es un borracho", pensé, y me dispuse a seguir. Pero a su lado otro hombre, desaliñado, sucio, que quizás también regresaba como yo de su jornada laboral, repetía angustiado: "parece un ataque de hipoglicemia". Insistía tanto que me detuve y miré, sin ver, claro, porque de medicina no sé nada. "¿Usted lo conoce?". "No", me dijo, "pero parece un ataque de hipoglicemia, mira como respira". Otro transeúnte se detuvo y opinó que debíamos buscar un auto que lo llevara al hospital.

Éramos ya tres. Pero el cuarto en aparecer siguió de largo y todavía se atrevió a decir: "déjenlo, no es asunto de ustedes, si le pasa algo se van a complicar la vida". "Hay que ayudarlo", respondió decidido el tercero en llegar. Y el primero, el que nos detuvo con su letanía "hipoglicémica" gritó: "Oye, ¡esto no es Estados Unidos! ¡Esto es Cuba!". Entonces vimos llegar el carro. Los tres bloqueamos la calle, e hicimos señas. Después lo cargamos entre todos, y el vigía, el salvador anónimo, se montó junto al posible enfermo en el asiento trasero. No sé y probablemente no sepa ya si estaba borracho, o enfermo, cualquiera que sea su enfermedad, pero aquel salvador cansado, sucio, que pasaría inadvertido en la multitud citadina, me recordó que vivimos en Cuba.

Esa es la anécdota. Unas horas más tarde aparecía en mi blog el comentario de un lector que encomiaba las bondades materiales del sistema de emergencias médicas del Primer Mundo, "que en Estados Unidos —decía—, suple la carencia de espíritu de los norteamericanos, descendientes de fríos europeos del Norte", y añadía una hipótesis: el acceso a la riqueza, "es en última instancia lo que vuelve a la gente egoísta: el no necesitarse los unos a los otros".

No creo, sin embargo, que la insolidaridad sea un resultado inevitable de la riqueza, ni que la procedencia geográfica de los humanos nos predetermine en la intensidad de nuestros sentimientos. Otro lector, nombrado Arnaldo Fernández, comentaba desde su experiencia personal: "he sido recogido con una crisis cardiaca por esos avanzados servicios de emergencia del Primer Mundo de los que aquí se hablan, y reconozco la eficiencia y profesionalidad de los equipos paramédicos. Pero la cruel experiencia llega cuando esas mismas sofisticadas ambulancias te dejan en los hospitales, donde si no tienes dinero o no cuentas con seguro, estabilizan tu situación y te mandan de patitas a la calle.

A pesar de eso, solo les cuento que un infarto en el 2004 me dejó una deuda de 127 000 dólares, y la más reciente hospitalización de cinco días, donde solo se ocuparon de estabilizar mi presión, me dejó colgados otros 55 000 dólares. Y lo peor de esta historia: sin tratamiento, sin seguimiento, a expensas de una nueva crisis que puede llegar a quitarme la vida, solo por no tener un seguro que cubra los excesivos costos de la medicina primermundista".

Ningún equipo médico, por sofisticado que sea, puede sustituir la competencia moral y profesional, humana, del médico, ni el apoyo solidario de la ciudadanía. Recuerdo que fue la conductora del programa de CNN plus la que, en medio de un debate interminable en el que participaba, me interpuso la pregunta tramposa: "pero los seres humanos, ¿no somos los mismos en todas partes?". No se refería, claro, a sentimientos universales, como el amor o el odio, sino a la manera de entender conceptos sociales, inevitablemente históricos, como el de libertad o el de derechos humanos. Hablábamos sin embargo de proyectos de vida esencialmente opuestos: los que sustentan al capitalismo y al socialismo.

Cito este ejemplo para explicar la sordera y la ceguera programáticas de las transnacionales de prensa (y de los políticos del sistema, rosados, verdes o azules) en torno a cualquier alternativa de organización social: el capitalismo no acepta la existencia de otras formas de vida, si no las puede subordinar; en esos casos, las considera simples manifestaciones (ilegales) de barbarie.

La no aceptación es parte de su feroz instinto de conservación. En algunos países donde existe colaboración cubana, las asociaciones médicas locales la han declarado ilegal. ¿Por qué? Los cubanos van a las zonas más apartadas y/o peligrosas, no cobran más que un estipendio mínimo, conviven con los pobladores más pobres y comparten sus condiciones de vida; son absolutamente subversivos. Lo que para cualquier observador imparcial y sobre todo, para los pobladores beneficiados, es un acto de solidaridad elemental, aparece como ruptura de la "legalidad" capitalista.

Vuelvo a la anécdota que narraba al inicio. Solo el socialismo acata y defiende los derechos humanos; el capitalismo, el gran ilusionista, hace creer a los ciudadanos que son libres, que están informados, que pueden hacerse ricos, que eligen un proyecto de gobierno cada cinco años, y los embauca. Solo el socialismo puede rescatar la dignidad individual de todos los ciudadanos en un proyecto de nación que no menoscabe la de una mayoría, por la de una avara minoría. Los hombres y mujeres solidarios de la Patria, son sus ángeles guardianes.

Que uno de los transeúntes de mi vivencia se negara a ofrecer ayuda, me inquieta. Pero aquel hombre simple, desaliñado, que voceaba la necesidad de la solidaridad ante un semejante caído, me devuelve la fe. El imperialismo nos bloquea, para impedir que accedamos a ciertas tecnologías, y el único recurso que nos queda —que es el mayor de los recursos—, es la solidaridad. Arnaldo, el lector de mi blog que narraba su experiencia hospitalaria en los Estados Unidos, finalizaba así su comentario: "No cuestiono si la condición de potencia médica que se le adjudica a Cuba es válida o no por tener determinados servicios. Eso lo dejo a los tecnócratas, a los críticos y a los politólogos. Pero de lo que no tengo la menor duda, es que Cuba es una potencia de humanidad, de solidaridad y de amor al prójimo".

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