Las calles santiagueras se mancharon de sangre aquel 30 de
junio de 1957. Se perdía la vida de Josué País, Floro Vistel y Salvador
Pascual, jóvenes revolucionarios que enfrentaban a la dictadura en el mismo
corazón del oriente cubano.
Ese día, sicarios de la dictadura, liderados por el sanguinario Rolando Masferrer, prepararon un mitin en el parque de Céspedes tomando el hotel Casa Granda como cuartel general, y ante el desafío, la respuesta de los miembros del Movimiento 26 de Julio se hizo esperar. La clandestinidad había organizado una potente réplica a tal provocación.
Se había previsto que una bomba que nunca estalló, fuera colocada el sitio donde los esbirros leerían su discurso. La explosión sería la señal para el inicio de varias acciones que facilitaran la falacia del régimen. Sin embargo, al no producirse la explosión, Josué, junto a Floro y Salvador, decidieron cumplir la misión confiada: demostrarle a la tiranía que Santiago de Cuba estaba en pie de lucha.
Perseguidos con saña por varias calles de la ciudad por las fuerzas represivas, la muerte los encontró disparando sus armas como verdaderos revolucionarios. En sus últimos minutos de vida pudieron presentir el final que les esperaba, pero no rehuyeron ese destino y con su inmolación, Santiago y Cuba toda supieron que la Revolución estaba viva.
Ese día, sicarios de la dictadura, liderados por el sanguinario Rolando Masferrer, prepararon un mitin en el parque de Céspedes tomando el hotel Casa Granda como cuartel general, y ante el desafío, la respuesta de los miembros del Movimiento 26 de Julio se hizo esperar. La clandestinidad había organizado una potente réplica a tal provocación.
Se había previsto que una bomba que nunca estalló, fuera colocada el sitio donde los esbirros leerían su discurso. La explosión sería la señal para el inicio de varias acciones que facilitaran la falacia del régimen. Sin embargo, al no producirse la explosión, Josué, junto a Floro y Salvador, decidieron cumplir la misión confiada: demostrarle a la tiranía que Santiago de Cuba estaba en pie de lucha.
Perseguidos con saña por varias calles de la ciudad por las fuerzas represivas, la muerte los encontró disparando sus armas como verdaderos revolucionarios. En sus últimos minutos de vida pudieron presentir el final que les esperaba, pero no rehuyeron ese destino y con su inmolación, Santiago y Cuba toda supieron que la Revolución estaba viva.
Un disparo alcanzó el carro de los revolucionarios, lo cual provocó su impacto contra un poste eléctrico donde otro patrullero lo estaba esperando. Flor y Salvador murieron instantáneamente, en tanto Josué, quien estaba herido, ofrecía resistencia hasta que se desplomó y tras ser apresado gritó aún con vida: ¡Viva Fidel!, ¡Viva la Revolución!
Cuando Frank País, el jefe de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio recibió la noticia, experimentó un profundo dolor ante la pérdida de su hermano Josué y los otros revolucionarios caídos ante el deber y en una carta enviada a Fidel Castro, con fecha cinco de julio, relató la pérdida de los jóvenes que prefirieron morir peleando antes de dejarse detener.
La pérdida de Josué País, Salvador Pascual y Floro Vistel ratificaba una vez más la imposibilidad de la dictadura batistiana ante el avance de la acción revolucionaria. Ese día estos valerosos jóvenes, no hicieron más que vivir más allá de la muerte, pues hoy viven en la gloria y en la historia.