Lugar sagrado para guardar el tiempo

Visitar el museo 11 de abril en el poblado de Playitas de Cajobabo, municipio de Imías en Guantánamo, es aferrarse a un pedazo de historia que comenzó en al año 1985 cuando nuestro héroe nacional José martí, puso pie en tierra cubana.

Llego al reciento y a la entrada me recibe, a lo alto de la pared frontal, un retrato realizado por el artista de la plástica Jorge Arguelles, de Salustiano Leyva, el niño que conoció a Martí cuando el desembarco. Es una fotografía prototipo del campesino cubano, viste ropa apropiada a su condición, luce un sombrerote yarey, alpargata y en la cintura un machete, símbolo de cubanía.

“Mira, periodista - dice el retrato, que me acompaña durante el recorrido-, en este balance todavía guardo mi sombrero, aquí el Comandante en jefe Fidel Castro Ruz me hizo una entrevista para el documental realizado por Santiago Álvarez “Mi hermano Fidel”.

Estoy en la habitación de Salustiano, hoy una de las salas del museo, desde su fallecimiento el 17 de septiembre de 1981. “Aquí, - explica - todavía se conservan mis objetos personales, puedes ver la cama, el escaparate, la silla de ruedas que utilicé los últimos días de mi vida y el radio que me regaló el Comandante Fidel Castro cuando me visitó en el año 1976.

“Mis objetos personales, están dentro de esa vitrina, espejuelos, brocha de afeitar, una cajita porta cuchillas, el pijama de dormir, la chequera y un busto de José Martí, donado por la CTC, y en la cocina, se conservan los utensilios que usaba, mira el empinao para colar café, los calderos, el fogón, y el juego de comedor”.

En mi recorrido constaté encima de la mesa, una exposición con una réplica en miniatura del Monumento de Martí, en Dos Ríos, lugar donde cayera en combate, y el de Playitas de Cajobabo”, fotos del Comandante en jefe cuando vino para homenajear el centenario del desembarco de Martí y otros combatientes el 11 de abril de 1895 y un escrito de Eusebio leal, donde catalogó el sitial de Playitas de Cajobabo como “Rincón Sagrado de la Patria.

“El 14 de noviembre de 1983, - prosigue explicándome el anfitrión -, se le agregan al Museo las salas aborigen y colonial, la primera, muestra objetos encontrados en la parte baja del municipio, hay un sumergidor de red de pescar, cuenta de collar de oliva, palto de concha y fotos de aborígenes fumando tabaco y bailando el areito”.

Resulta interesante conocer que el en municipio habitó un grupo de agro alfareros, que se dedicaban a la caza, pesca, recolección y a la agricultura, además de gran concentración de Taínos, razón por la cual presencié un hacha petaloide ceremonial, fragmentos de cazuelas y fotos de culto de indígenas al ídolo del tabaco.

“Ven, aquí hay otra sala, - refiere Salustino, la colonial, en ella hay fotos de Pedro Agustín Pérez, Calixto García, José Martí, Máximo Gómez, y prendas personales de este incansable patriota, (un cordón de sombrero mambí, una canana de veterano, una réplica de su revolver donado por el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque), también una foto del Monumento a Playitas de Cajobabo, de la Ruta Martiana, y un mapa con el recorrido del Apóstol, desde Nueva York hasta Playitas en 1895”.

La sala Logros del municipio, última del museo, constata fotos del combatiente imiense Roel Pérez Laffita, de Ciro Frías, banderas alegóricas a fechas históricas, documentación que asevera la ley de reforma agraria, la Campaña de alfabetización, la cantidad de escuelas del municipio, la estadística de los éxitos de la salud y una foto de Amado Romero Noa, primer internacionalista del municipio que cayó en Granada.

“Pero todo no queda ahí, - alega el anfitrión -, las especialistas que laboran aquí trabajan con tres círculos de interés, Guía de museo, Conservación de piezas museables y Guardianes de la Naturaleza, este último vinculado al Bosque Martiano, pero de esta otra maravilla puedo hablarte en tu próxima visita”.

Casi dos horas no bastan para guardar toda la historia encerrada en este museo. De regreso, el adiós y el agradecimiento al retrato que me acompañara durante el recorrido por las salas y a las compañeras que nos atendieron, quienes albergan la esperanza de exhibir, en breve tiempo y en la parte frontal de la Casa Museo, una tarja que identifique el sitio como lugar sagrado para guardar el tiempo.

¿Ver la paja en el ojo ajeno?

Por diversas razones, he oído a varios adultos emitir criterios a cerca de los adolescentes y jóvenes con los que conviven: “unos se muestran rebeldes en el hogar, se atropellan a la entrada del ómnibus, utilizan un lenguaje callejero en la comunicación en cualquier lugar, a otros les ha dado por tatuarse, ponerse un piercing en alguna parte del cuerpo o simplemente raparse la cabeza…”

“Cada joven se parece más a su tiempo”, esta frase que escuchamos frecuentemente encierra una gran verdad. Si desenvolvamos 15 almanaques, nos percataríamos de que de ninguna manera un estudiante universitario u obrero se dibujaba el cuerpo y mucho menos, se dejaba la cabeza cual bola de billar por la sencilla razón de que la moda por aquellos tiempos para uno y otro sexo era la de llevar el pelo largo.

Y quiero se me entienda, un tatuaje, piercing, un hombre con pelo largo o con un rapado de cabeza no definen la personalidad de una muchacha o un joven, por la sencilla razón de que son tendencias de moda y en su mayoría sucumben ante sus mandatos. Por tanto, apariencia física a un lado, ellos se distinguen por los valores y la cultura que asimilan en el curso de la vida, y es aquí el momento donde la familia desempaña un rol fundamental.

La familia, como célula comunitaria en cualquier tipo de sociedad, es la primera referencia para cualquier ser humano. Siempre fue así históricamente, pues antes de existir las clases sociales, aparecieran las naciones, y se concibiera cualquier tipo vínculo humano, ya el hombre necesitaba vivir en comunidad.

Las primeras normas de conductas vinculadas a un comportamiento moralmente bueno y una adecuada relación de respeto, se adquieren en el seno familiar, máxima formadora de las primeras nociones culturales y estéticas, valores que se asumen en una primera etapa como un proceso lógico y natural de identificación con su medio social inmediato.

En muchas ocasiones los padres y madres no tienen plena conciencia de la responsabilidad que recae sobre ellos en cuanto a la educación de valores de sus hijos o, simplemente, sienten no están lo suficientemente preparados para asumirla y es entonces cuando la educación de nuestros descendientes se nos va como agua de entre las manos.

La realidad social del individuo cambia y evoluciona sin cesar, ello también posibilita variaciones en su mundo interno. Lo importante es que el sujeto no sea un ente pasivo sometido a dictados valorativos externos, sino alguien capaz de asumir actitudes personales y diferenciadas en relación con los valores morales formativos de la individualidad.

La familia es un referente obligado en la formación integral de la personalidad y un excelente medidor en el esencial papel de las actitudes asumidas por el hogar en los marcos de la sociedad. De manera que , no es casual que en un momento determinado el adolescente o el joven se cuestione algunos valores arraigados desde su seno familiar, por ello, lo primero que debemos hacer es mirarnos por dentro y no ver la paja en el ojo ajeno.

Los piropos y el amor

¿A qué mujer u hombre no le gusta que la halaguen de la manera más creativa posible, que los piropeen? Sin embargo, en ciertas ocasiones, esas frases se tornan algo agresivas y terminan por exasperar a la “víctima”. Pero bien… ¿Qué piropos aceptan y no las mujeres y los hombres? ¿Cuáles son los mejores?

Según el diccionario de la Real Academia Española… El piropo es una lisonja, alabanza dicha a una persona, especialmente un cumplido halagador dirigido a una mujer. No es más que una expresión popular cuasi-poética, empleada para resaltar la belleza, de la mujer o del hombre y aunque en algunos casos pueden resultar ofensivos y francamente vulgares, no dejan de tener picardía, ingenio y hasta una chispa de poesía innata, pero su fin es halagar, conquistar, ofender, provocar, causar placer o disgusto.

Los piropos por lo regular son patrimonio de los hombres, al fin y al cabo somos más acosadores. La mujer por su delicadeza casi no los emplea, sin embargo toda regla tiene su excepción.

Decir piropos o piropear a una muchacha o a un muchacho es muy bonito, máxime si para ello existen varios tipos y para diferentes momentos.

Por ejemplo: Si la idea es hacerlos sonreír podrías decirle:
- ¿Cuántos años tardaron tus padres para hacerte tan hermosa mujer?
- No camines por el lado del sol, porque los bombones se derriten.
- ¿Acaba de salir el sol?, o ¿me has sonreído? Díganme, no están hechos para decir al paso de una linda mujer o de un atractivo hombre? Tienen todos los ingredientes para un buen piropo: brevedad, imaginación e intenciones subyacentes…

Los piropos suelen ser tiernos, picarescos, vulgares, poéticos, ofensivos de mal gusto o encantadores. Los hay además sublimes o burdos, pero siempre tienen un fin... conquistar. ¿Sabías que por un piropo han nacido grandes amistades, grandes amores? También se han consumado matrimonios, creado amistades y hasta enemistades.

Por eso, al decir un piropo debemos saber cuándo, dónde y a quién se le dice, por que aunque no lo creas, es un arma de doble filo. Piensa que a todos nos gusta que nos halaguen y las mujeres son especialmente propensas a la vanidad, que crece con la belleza.

El decir piropos puede ser lindo, agradable, feo…claro, depende de la gracia, el estilo y la elegancia de quien lo dice. Para gustos se han hecho los colores, sin embargo, no se puede reconfortante de un buen piropo para exaltar la belleza natural o simplemente para levantar el ánimo del día. Nada, que a lo hermoso hay que decirle que es hermoso, pero utilizando las mejores frases del idioma español…

No en balde el Almirante Cristóbal Colón, a su llegada a Cuba expresó lo que fuera el primer piropo a nuestro país cuando expresó: “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos vieran”.

¿Quinceañeras o vedettes?

Tras la mirada, nos reconocimos enseguida. Ya somos mujeres, no las adolescentes de hace 20 años. El abrazo y el intercambio hicieron que el recuento trazara pautas de lo que el destino arrastró por caminos diferentes: “¿Dónde has estado estos años?” “¿Te casaste?” “¿Dónde trabajas?”, “¿Tienes hijos?”… Entonces abrió la cartera y me enseñó el álbum de fotos de “los quince” de su hija.

Es linda, dije mientras hojeaba el cuadernillo, sin embargo, entre las fotos no estaba la adolescente inquieta, estudiante que me había descrito y fuera mi alumna cuando cursaba el séptimo grado, sino una caricatura de corista con rasgos de dama antigua, o tal vez un modelo de revistas de vanidades.

Las fiestas de 15 en los hogares donde habita alguna adolescente constituye un tema ampliamente debatido en nuestro país, pues posee tela por donde cortar y aristas miles para polemizar. Mas quisiera a través de este comentario reflexionar en torno a las fotos de las quinceañeras.

Defensores de estas fiestas, abrazan el criterio de que las fotos constituyen el resultado final del intento de atrapar el momento en que las muchachas poseen una belleza natural, sin dudas, irrepetible. otras personas, por su parte, la consideran de mal gusto, ostentosas e incluso, alegan que la familia, en muchos casos, hace sacrificios increíbles para pagar el vestuario, alquiler de locaciones, salidas de la provincia, fotógrafos, videos…

Sin embargo,¿qué les enseñamos a las adolescentes, que están en tan importante momento de su vida, cuando las hacemos retratar envueltas en una toalla simulando la salida del baño, o al imitar a una vedette de los años cincuenta tratando de esconder su cuerpo con una pamela, grandes y rosadas plumas o mostrando el pecho semidesnudo apenas cubierto por algún atuendo?

De igual manera pienso en lo paradójico que resulta hablarles a las adolescentes acerca de la necesidad y la importancia del estudio, de acercarse al amor y a las relaciones de pareja con responsabilidad, temáticas tan importantes en esta etapa de la vida y al mismo tiempo, exhibirlas ante los amigos y familiares como “carne fresca “ en el mercado.

Soy del criterio de que esas fotos, poses donde encontramos a las muchachas encaramadas en un auto, al lado del artista de moda, o simulando algún desfile de una escuela de zamba, tan fuera de lugar en nuestro contexto, puede traer consigo que muchas de estas jovencitas, luego se avergüencen o sientan que han hecho el ridículo delante de todos lo que hojearon su cuadernillo.

Sé que en muchos lugares el álbum de fotografías de la quinceañera se ha convertido en una moda, y más que eso, en una competencia para saber cuál es o no el más voluminoso o el más lindo, también conozco de la influencia que ejerce el grupo sobre las conductas de los adolescentes. Sin embargo, las modas vienen, se van y las diseñan los hombres, por tanto están sujetas a cambios favorables por un sin número de razones.

Si es usted de los que defienden a capa y espada las fotos de 15, hable con su hija y proponga agarrar, a través del lente de la cámara, la satisfacción, la dicha y la pureza del cuerpo hermoso de una quinceañera, que para ser linda no tiene que parecerse a nadie y mucho menos exhibir disímiles vestidos pomposos.