Los ojos de Camilo
La primera vez que lo entrevisté, fue gracias a la magia del correo electrónico recurso con el que, con un solo clic, logras llegar a millones de kilómetros. Sin embargo, a seis años de aquel ciberencuentro, quiso la curiosidad que esta periodista sorprendiera al fotógrafo Perfecto Romero Ramírez en su hogar de la Calle 23 del Vedado en La Habana, para nuevamente intercambiar a cerca de este grande que fue Camilo Cienfuegos Gorriarán.
Ya tengo 74 años y nací en Cabaiguán el 25 de enero de 1936. Desde 1955 me hice fotógrafo, primero buscando una vía para vivir, luego me enamoré de mi trabajo y hasta hoy estoy activo soy fotorreportero del periódico Palante.
Comencé mi trabajo como fotógrafo haciendo retratos de bodas y quince y... en esos trajines me incorporé a la lucha contra Batista cuando me uní a los Rebeldes (Barbudos) en la Sierra del Escambray, Cabaiguán, actual provincia de Sancti Spíritus. Eran tiempos muy duros para la juventud cubana, la Revolución se hacía cada vez más fuerte y la represión más descarnada y cruel, entonces no tenía perspectivas de vida y el futuro era completamente incierto.
Recuerdo cuando conocí a Camilo Cienfuegos, fue por casualidad aquel el 24 de diciembre de 1958 en las calles de Yaguajay, cuando el movimiento 26 de julio nos reúne y plantea la necesidad de reforzar la Columna 8 Ciro Redondo, todos los que estábamos allí nos incorporarnos.
Luego, en la Comandancia de Cabaiguán, el Che envía a Camilo varios combatientes y armamentos. Al frente iba el Capitán Ángel Frías y me dice: “Vamos a Yaguajay”, e inmediatamente tomé mi maletín de las cámaras y salimos para allá. Al llegar, allí estaba el Héroe de Yaguajay, quien me trató desde el primer encuentro como si me hubiera visto durante toda la vida. Ese día entró a mi piel como un amigo, yo tenía 23 años y él, 27.
Los ojos y la mirada limpia
No lo conocía hasta entonces, sí había escuchado hablar de él. Quienes lo conocían, lo mencionaban mucho. Hasta hoy recuerdo su saludo: un fuerte abrazo y una gran sonrisa, característica en él hasta en los momentos difíciles. Era un hombre que impresionaba, llevaba el cabello oscuro, era alegre, delgado, sociable, se ganaba a la gente con facilidad. ¿Y sus ojos? Exhibían una mirada limpia, profunda.
Portador de una inteligencia natural, hablaba lo preciso, lo conciso, era inteligente, fidelista y fiel a la Revolución, además de ser un tremendo orador. En su discurso comunicativo no utilizaba palabras rebuscadas, era sencillamente un hombre que nació del pueblo y vivió sencillamente para su pueblo. El pueblo lo quería mucho. Era un hombre muy osado e intrépido. Un hombre de Verde Olivo.
Desde que conocí a Camilo, mi vida cambió y entonces siempre que necesitaba un fotógrafo, me llamaba donde estuviera. Fueron diez meses de trabajo intenso junto al Héroe, de ahí surgieron vendrían cientos de instantáneas, como también de ahí nacieron recuerdos que no se olvidan, y que me emocionan cuando pienso en ellos.
Muchas fotos suyas me han impresionado, la que está de pie cuando la Toma de Yaguajay, en la que participé con él, el júbilo de la victoria de enero del 59, la de los encuentros de Camilo con los principales jefes de la naciente Revolución y su contacto permanente con el pueblo, la de su rostro en Ciudad Libertad, y una donde está con nuestro invicto Comandante en jefe Fidel Castro, que recorrió todo el mundo, a propósito del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba.
El hecho de ser el fotógrafo que más cerca estuvo de Camilo Cienfuegos, me hace muy feliz, sin embargo, no me jacto de ello. Quiso la casualidad que éste fuera mi trabajo. Claro, guardo los negativos con amor, y ahora constituyen una verdadera fortuna. ¡Ese fue mi gran mérito: almacenar mi archivo en negativos. ¿Sabes? Era muy joven, tenía 23 años y jamás pensé que Camilo iba a morir tan pronto. En eso uno no piensa…
La pérdida
Cuando Camilo desapareció trabajaba en la revista Verde Olivo. Cuando supimos la desagradable noticia, nos movilizamos y fuimos en su busca. Lo recuerdo como hoy. Salimos un camarógrafo, un periodista y yo a buscarlo por la Ciénaga de Zapata, le preguntamos a los carboneros, nos montamos en un barco y recorrimos el río Hatibonico, Cayo Largo y los cayos de la costa sur, siempre escudriñando algún indicio de avión u otra cosa que nos relacionara con la desaparición del Héroe de Yaguajay, pero nada, para tristeza nuestra, jamás apareció.
Recuerdo con la firmeza que enfrentamos el momento en que Fidel habló para el pueblo y dijo: “Es increíble que esto haya pasado”. Fue terrible, muy duro, una pérdida irreparable, era un hombre joven, con muchas ganas de vivir y un corazón que no le cabía, de tan grande, en el pecho. En los rostros de todo el pueblo había mucha, mucha tristeza.
Todavía guardo las palabras del Che cuando expresó: “en esta lucha se muere o se triunfa si es necesario”. Pero al decir del poeta Nicolás Guillén: “Los grandes muertos son inmortales: No mueren nunca”, pensamos en Camilo, por que la idea de su muerte, nos pasa nunca por la mente, él vive en la obra de la Revolución.
El ejemplo indestructible del Héroe de Yaguajay me ha acompañado siempre, sus anécdotas, su jocosidad, su entereza revolucionaria, que constituyen artífice para la formación de las futuras generaciones que ven a Camilo como hombre de una gran estatura moral y gran valía, un hombre que dibujó con sus flores, su sonrisa en el mar.
Ha pasado mucho tiempo, cincuenta años, ya no soy aquel imberbe que hacía fotos de quince y bodas, ni aquel bisoño que publicara su primera foto en una revista Bohemia del año 1959, tampoco aquel guerrillero asustado que recibió de Camilo junto al abrazo, la amistad eterna. Perfecto Romero es un fotógrafo de pueblo que tuvo la suerte de captar con su lente, los ojos y el rostro de uno de los grandes hombres de la Historia de Cuba para hacerlo eterno, el de Camilo Cienfuegos.
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