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Los ancianos: Verdaderas memorias vivientes
Dicen que los ancianos y los niños se complementan entre sí, que entre ellos existe una alianza inquebrantable, y es cierto. Hoy Gabriela, una nena de cuatro añitos hija de una amiga muy querida, andaba con su madre por los pasillos del telecentro y me dijo: “Ya se fue Loly para Baltoni, tía, vamos a ver cuándo viene, es que tú sabes que juego con ella”. La miré a los ojos y me dije: ellas, las dos generaciones más lejanas: la niñez y la ancianidad, van tomadas de la mano.
Sin embargo, esto no sucede entre la juventud y la vejez, entre ellas hay una diferencia abismal, y esto se evidencia hasta la manera de enfrentarse ante alguna situación. Lo que anteriormente se consideraba un escándalo entre ambas etapas de la vida, hoy se concibe como algo completamente natural.
En el hogar, el propio ajetreo de la vida hace que los más jóvenes no tengan tiempo ni mucho menos paciencia para escuchar los consejos de quienes peinan canas. Es que infelizmente, piensan que se la saben todas, por ello, en muchas ocasiones, los abuelos necesitan salir en busca de quienes los atienda y los escuche.
Es cierto que en las edades avanzadas estas personitas y las comparo con los niños por su delicadeza, tienden a olvidar las cosas y si no ejercitan la memoria, acaban olvidándolo todo y eso no debe permitirse. Gracias a ellos hoy conocemos de nuestros antepasados, quién no ha escuchado de su abuela o abuelo la frase: “Caminas igual que tu tía fulanita” o “tienes los ojos como los de tu bisabuelo” … nada, que los ancianos guardan un arsenal de sabiduría solo comparada con las grandes enciclopedias.
Los miembros de la tercera edad poseen una importancia apreciable, están dotados de una extrema experiencia adquirida durante años y están ansiosas de ofrecerlas a los más jóvenes. Son seres muy sensibles, por ello, en su proceso natural de envejecimiento, demandan de una desmedida paciencia.
Con amor y comprensión podemos ayudar a que los abuelos y abuelas sean más felices. Nada mejor que escucharlos, tolerarlos, atender sus pedidos, alimentarnos de sus experiencias y ofrecerles el cuidado y el apoyo que necesitan para desprenderse de la soledad que acompaña a los ancianos, verdaderas memorias vivientes.
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