El adolescente y la familia: poderosa dualidad
La adolescencia, importante y decisiva etapa o edad en el curso de la vida humana situada entre la niñez y la adultez. El adolescente ha dejado de ser un niño dependiente y no ha llegado aún a ser un adulto independiente: es un individuo que se orienta hacia la madurez si reúne las condiciones adecuadas para ello y aprende las tareas del desarrollo propias de su edad.
Pero, ¡qué rivales tan poderosos son los amigos para mamá y papá¡, que sienten celos de “esos” que según ellos, le roban el cariño al hijo o hija.
Sin embargo, los amigos en la adolescencia cubren una necesidad y constituyen el eslabón que une al hogar con el mundo, facilitan independencia del núcleo familiar y amortiguan el golpe que representa para ellos incluirse en el mundo adulto.
Y, ¿de qué adolescente hablamos? Nos referimos al que vive en el presente, pero elabora planes para su futuro; es capaz de solucionar sus propios problemas y, cuando estos son insolubles, de forma independiente, acepta la discreta ayuda de los aquellos adultos en quienes más confían.
Tanto los padres como los maestros deben tener en cuenta las características del adolescente a la hora de estructurar sus relaciones con ellos y ellas, por que tan perjudicial resulta tratarlos y exigirles como si fueran niños, que considerarlos adultos.
El respeto y la confianza deben primar en las relaciones entre los adolescentes y la familia, de forma tal que ellos sientan el reconocimiento a su nueva condición, y encuentren comprensión ante algunas dudas que aún puedan tener todavía.
El verdadero valor de la amistad
La amistad es una de las relaciones humanas más hermosas... y se puede formar, a cualquier edad de la vida. Dentro de cualquier relación de amistad, surgen diversos comportamientos hacia la otra persona. Muchas veces se es pañuelo de consuelo frente a una pena, existe respeto, simpatía, cariño, compañerismo, tolerancia, afinidad de pensamientos…
Cuando conocemos a una persona, se siente algo especial, en la medida que creamos que vamos a llegar a ser amigos. Sin embargo, para hacer amigos, no hay una receta universal. Lo único que hay que hacer es... conocer a distintas personas y escoger... saber escoger…
Muchos de nosotros, cultivamos la amistad, no sólo con nuestros congéneres, sino que también con el sexo opuesto. Y no por ello, significa que uno está enamorado de aquella persona.
Las relaciones entre compañeros son sumamente importantes, pues proporcionan las oportunidades necesarias para desarrollar habilidades y resolver conflictos. Los amigos aconsejan y sobre todo, hablamos de muchos temas, problemas con los compañeros... cosa que en ocasiones no hacen con los padres.
En la amistad, las opiniones de parte y parte deben de ser respetadas aunque sean diferentes, sin embargo, sucede que muchas veces tememos tanto a estar solos, que no nos atrevemos a discrepar y hacemos cualquier cosa para evitar discutir y conservar la amistad, por tanto, si tienes amigos o un amigo, consérvalo bajo la llave de tu vida, porque un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano.
Las “gracias” ¿ en saco roto?
En ese momento, con gran indignación, me pregunté hasta qué punto los padres del niño le enseñan los modales de educación formal. El brindarle el asiento en el ómnibus a una anciana, un impedido físico, una mujer embarazada..., son hechos que se repiten con periodicidad en la mayoría de los jóvenes y no tan jóvenes. Sin embargo, lamentablemente esta afirmación no es tan así, pues todavía prevalecen ciertos ademanes negativos en la conducta social de algunos ciudadanos.
¿En cuántas ocasiones usted no ha presenciado actos que denotan falta de educación formal? Es el caso de jóvenes que a altas horas de la noche vociferan, rompen botellas en el medio de la calle después de disfrutar de una fiesta, te interrumpen el paso sin antes pedir permiso, y hasta los que se hacen los dormidos para no ceder el asiento en una guagua a personas que, por problemas de salud, edad avanzada o cualquier otra razón limitante merecen este acto de cortesía.
También estoy segura de que en varias ocasiones has pedido permiso entre un grupo de personas que conversan, o has dado las gracias al bajarte de un carro que te dio una ayuda para llegar temprano al trabajo y el "es suyo" o el “ por nada”, no han aparecido por ningún lugar. Al parecer el saludo, la retribución de un favor está fuera de moda para algunas personas, y, por ende, consideran anacrónicas expresiones como: " gracias", " con permiso", “para servirte”, " ¿me disculpas, por favor ".
El idioma español es rico en locuciones y frases de muy buen gusto para agradecer un elogio o un favor. De manera que, si no las usamos en el momento preciso y en su forma correcta, podríamos correr el riesgo de que desaparezcan del Diccionario de la Lengua Española, cuando menos lo imaginemos. Por lo tanto, es oportuno utilizar las armas que nos impone la lengua de Cervantes.
Los buenos hábitos deben primar en las relaciones interpersonales, ellos perduran en la medida en que volvamos nuestras miradas hacia las buenas costumbres. El cubano es portador de una increíble simpatía, de buen sentido del humor, compañerismo..., cualidades que, acompañadas de buenos modales, son imprescindibles en las relaciones humanas.
Y soy optimista cuando pienso en que estos ademanes están ahí, cerquita de nosotros, pero en ocasiones nos cuesta trabajo sacarlos a relucir. Es cierto que entre compañeros hay acomodo y nos adaptamos a no agradecer por que simplemente compartimos todos los días, pero esto no justifica el utilizar las reglas de las buenas costumbres para que no se nos vayan como agua de entre las manos.
Sólo basta una mirada o una sonrisa para agradecer el detalle. El saludo en la mañana, pedir permiso entre personas que conversan en la acera, apartar el asiento para que nuestra compañera se coloque primero, son simples detalles que siempre se agradecen.
Seguro coincidimos en que no hacen falta tantos halagos, ni sendas palabras de agradecimientos, con un simple “muchas gracias”, retribuimos la cortesía. El compañerismo, la caballerosidad, el respeto... deben de prevalecer entre los individuos. No permitamos que la insensibilidad y la descortesía hieran los sentimientos de las personas. Las “gracias”, “los con permiso”, no deben jamás caer en saco rotoen saco roto?
Hace unos días presencié una escena que bien vale la pena, como dice nuestro colega Manuel Calviño, cuando termina su programa televisivo, comentar con ustedes. Se trataba de una abuelita, que, en una guagua con destino a Santiago de Cuba, y frente a la mirada inquisidora de quienes la rodeaban ante la malacrianza del nieto, prefirió darle el asiento al pequeño de seis años aproximadamente, para “que se quedara tranquilo”.
En ese momento, con gran indignación, me pregunté hasta qué punto los padres del niño le enseñan los modales de educación formal. El brindarle el asiento en el ómnibus a una anciana, un impedido físico, una mujer embarazada..., son hechos que se repiten con periodicidad en la mayoría de los jóvenes y no tan jóvenes. Sin embargo, lamentablemente esta afirmación no es tan así, pues todavía prevalecen ciertos ademanes negativos en la conducta social de algunos ciudadanos.
¿En cuántas ocasiones usted no ha presenciado actos que denotan falta de educación formal? Es el caso de jóvenes que a altas horas de la noche vociferan, rompen botellas en el medio de la calle después de disfrutar de una fiesta, te interrumpen el paso sin antes pedir permiso, y hasta los que se hacen los dormidos para no ceder el asiento en una guagua a personas que, por problemas de salud, edad avanzada o cualquier otra razón limitante merecen este acto de cortesía.
También estoy segura de que en varias ocasiones has pedido permiso entre un grupo de personas que conversan, o has dado las gracias al bajarte de un carro que te dio una ayuda para llegar temprano al trabajo y el "es suyo" o el “ por nada”, no han aparecido por ningún lugar. Al parecer el saludo, la retribución de un favor está fuera de moda para algunas personas, y, por ende, consideran anacrónicas expresiones como: " gracias", " con permiso", “para servirte”, " ¿me disculpas, por favor ".
El idioma español es rico en locuciones y frases de muy buen gusto para agradecer un elogio o un favor. De manera que, si no las usamos en el momento preciso y en su forma correcta, podríamos correr el riesgo de que desaparezcan del Diccionario de la Lengua Española, cuando menos lo imaginemos. Por lo tanto, es oportuno utilizar las armas que nos impone la lengua de Cervantes.
Los buenos hábitos deben primar en las relaciones interpersonales, ellos perduran en la medida en que volvamos nuestras miradas hacia las buenas costumbres. El cubano es portador de una increíble simpatía, de buen sentido del humor, compañerismo..., cualidades que, acompañadas de buenos modales, son imprescindibles en las relaciones humanas.
Y soy optimista cuando pienso en que estos ademanes están ahí, cerquita de nosotros, pero en ocasiones nos cuesta trabajo sacarlos a relucir. Es cierto que entre compañeros hay acomodo y nos adaptamos a no agradecer por que simplemente compartimos todos los días, pero esto no justifica el utilizar las reglas de las buenas costumbres para que no se nos vayan como agua de entre las manos.
Sólo basta una mirada o una sonrisa para agradecer el detalle. El saludo en la mañana, pedir permiso entre personas que conversan en la acera, apartar el asiento para que nuestra compañera se coloque primero, son simples detalles que siempre se agradecen.
Seguro coincidimos en que no hacen falta tantos halagos, ni sendas palabras de agradecimientos, con un simple “muchas gracias”, retribuimos la cortesía. El compañerismo, la caballerosidad, el respeto... deben de prevalecer entre los individuos. No permitamos que la insensibilidad y la descortesía hieran los sentimientos de las personas. Las “gracias”, “los con permiso”, no deben jamás caer en saco roto
Patria: Un soldado
Lugar sagrado para guardar el tiempo
Llego al reciento y a la entrada me recibe, a lo alto de la pared frontal, un retrato realizado por el artista de la plástica Jorge Arguelles, de Salustiano Leyva, el niño que conoció a Martí cuando el desembarco. Es una fotografía prototipo del campesino cubano, viste ropa apropiada a su condición, luce un sombrerote yarey, alpargata y en la cintura un machete, símbolo de cubanía.
¿Ver la paja en el ojo ajeno?
“Cada joven se parece más a su tiempo”, esta frase que escuchamos frecuentemente encierra una gran verdad. Si desenvolvamos 15 almanaques, nos percataríamos de que de ninguna manera un estudiante universitario u obrero se dibujaba el cuerpo y mucho menos, se dejaba la cabeza cual bola de billar por la sencilla razón de que la moda por aquellos tiempos para uno y otro sexo era la de llevar el pelo largo.
Y quiero se me entienda, un tatuaje, piercing, un hombre con pelo largo o con un rapado de cabeza no definen la personalidad de una muchacha o un joven, por la sencilla razón de que son tendencias de moda y en su mayoría sucumben ante sus mandatos. Por tanto, apariencia física a un lado, ellos se distinguen por los valores y la cultura que asimilan en el curso de la vida, y es aquí el momento donde la familia desempaña un rol fundamental.
La familia, como célula comunitaria en cualquier tipo de sociedad, es la primera referencia para cualquier ser humano. Siempre fue así históricamente, pues antes de existir las clases sociales, aparecieran las naciones, y se concibiera cualquier tipo vínculo humano, ya el hombre necesitaba vivir en comunidad.
Las primeras normas de conductas vinculadas a un comportamiento moralmente bueno y una adecuada relación de respeto, se adquieren en el seno familiar, máxima formadora de las primeras nociones culturales y estéticas, valores que se asumen en una primera etapa como un proceso lógico y natural de identificación con su medio social inmediato.
En muchas ocasiones los padres y madres no tienen plena conciencia de la responsabilidad que recae sobre ellos en cuanto a la educación de valores de sus hijos o, simplemente, sienten no están lo suficientemente preparados para asumirla y es entonces cuando la educación de nuestros descendientes se nos va como agua de entre las manos.
La realidad social del individuo cambia y evoluciona sin cesar, ello también posibilita variaciones en su mundo interno. Lo importante es que el sujeto no sea un ente pasivo sometido a dictados valorativos externos, sino alguien capaz de asumir actitudes personales y diferenciadas en relación con los valores morales formativos de la individualidad.
La familia es un referente obligado en la formación integral de la personalidad y un excelente medidor en el esencial papel de las actitudes asumidas por el hogar en los marcos de la sociedad. De manera que , no es casual que en un momento determinado el adolescente o el joven se cuestione algunos valores arraigados desde su seno familiar, por ello, lo primero que debemos hacer es mirarnos por dentro y no ver la paja en el ojo ajeno.
Los piropos y el amor
Según el diccionario de la Real Academia Española… El piropo es una lisonja, alabanza dicha a una persona, especialmente un cumplido halagador dirigido a una mujer. No es más que una expresión popular cuasi-poética, empleada para resaltar la belleza, de la mujer o del hombre y aunque en algunos casos pueden resultar ofensivos y francamente vulgares, no dejan de tener picardía, ingenio y hasta una chispa de poesía innata, pero su fin es halagar, conquistar, ofender, provocar, causar placer o disgusto.
Los piropos por lo regular son patrimonio de los hombres, al fin y al cabo somos más acosadores. La mujer por su delicadeza casi no los emplea, sin embargo toda regla tiene su excepción.
Decir piropos o piropear a una muchacha o a un muchacho es muy bonito, máxime si para ello existen varios tipos y para diferentes momentos.
Por ejemplo: Si la idea es hacerlos sonreír podrías decirle:
- ¿Cuántos años tardaron tus padres para hacerte tan hermosa mujer?
- No camines por el lado del sol, porque los bombones se derriten.
- ¿Acaba de salir el sol?, o ¿me has sonreído? Díganme, no están hechos para decir al paso de una linda mujer o de un atractivo hombre? Tienen todos los ingredientes para un buen piropo: brevedad, imaginación e intenciones subyacentes…
Los piropos suelen ser tiernos, picarescos, vulgares, poéticos, ofensivos de mal gusto o encantadores. Los hay además sublimes o burdos, pero siempre tienen un fin... conquistar. ¿Sabías que por un piropo han nacido grandes amistades, grandes amores? También se han consumado matrimonios, creado amistades y hasta enemistades.
Por eso, al decir un piropo debemos saber cuándo, dónde y a quién se le dice, por que aunque no lo creas, es un arma de doble filo. Piensa que a todos nos gusta que nos halaguen y las mujeres son especialmente propensas a la vanidad, que crece con la belleza.
El decir piropos puede ser lindo, agradable, feo…claro, depende de la gracia, el estilo y la elegancia de quien lo dice. Para gustos se han hecho los colores, sin embargo, no se puede reconfortante de un buen piropo para exaltar la belleza natural o simplemente para levantar el ánimo del día. Nada, que a lo hermoso hay que decirle que es hermoso, pero utilizando las mejores frases del idioma español…
No en balde el Almirante Cristóbal Colón, a su llegada a Cuba expresó lo que fuera el primer piropo a nuestro país cuando expresó: “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos vieran”.
¿Quinceañeras o vedettes?
Es linda, dije mientras hojeaba el cuadernillo, sin embargo, entre las fotos no estaba la adolescente inquieta, estudiante que me había descrito y fuera mi alumna cuando cursaba el séptimo grado, sino una caricatura de corista con rasgos de dama antigua, o tal vez un modelo de revistas de vanidades.
Las fiestas de 15 en los hogares donde habita alguna adolescente constituye un tema ampliamente debatido en nuestro país, pues posee tela por donde cortar y aristas miles para polemizar. Mas quisiera a través de este comentario reflexionar en torno a las fotos de las quinceañeras.
Defensores de estas fiestas, abrazan el criterio de que las fotos constituyen el resultado final del intento de atrapar el momento en que las muchachas poseen una belleza natural, sin dudas, irrepetible. otras personas, por su parte, la consideran de mal gusto, ostentosas e incluso, alegan que la familia, en muchos casos, hace sacrificios increíbles para pagar el vestuario, alquiler de locaciones, salidas de la provincia, fotógrafos, videos…
Sin embargo,¿qué les enseñamos a las adolescentes, que están en tan importante momento de su vida, cuando las hacemos retratar envueltas en una toalla simulando la salida del baño, o al imitar a una vedette de los años cincuenta tratando de esconder su cuerpo con una pamela, grandes y rosadas plumas o mostrando el pecho semidesnudo apenas cubierto por algún atuendo?
De igual manera pienso en lo paradójico que resulta hablarles a las adolescentes acerca de la necesidad y la importancia del estudio, de acercarse al amor y a las relaciones de pareja con responsabilidad, temáticas tan importantes en esta etapa de la vida y al mismo tiempo, exhibirlas ante los amigos y familiares como “carne fresca “ en el mercado.
Soy del criterio de que esas fotos, poses donde encontramos a las muchachas encaramadas en un auto, al lado del artista de moda, o simulando algún desfile de una escuela de zamba, tan fuera de lugar en nuestro contexto, puede traer consigo que muchas de estas jovencitas, luego se avergüencen o sientan que han hecho el ridículo delante de todos lo que hojearon su cuadernillo.
Sé que en muchos lugares el álbum de fotografías de la quinceañera se ha convertido en una moda, y más que eso, en una competencia para saber cuál es o no el más voluminoso o el más lindo, también conozco de la influencia que ejerce el grupo sobre las conductas de los adolescentes. Sin embargo, las modas vienen, se van y las diseñan los hombres, por tanto están sujetas a cambios favorables por un sin número de razones.
Si es usted de los que defienden a capa y espada las fotos de 15, hable con su hija y proponga agarrar, a través del lente de la cámara, la satisfacción, la dicha y la pureza del cuerpo hermoso de una quinceañera, que para ser linda no tiene que parecerse a nadie y mucho menos exhibir disímiles vestidos pomposos.