El 26 de julio de 1953, mientras en
Santiago de Cuba Fidel Castro arengaba a un centenar de
revolucionarios, en Bayamo, otro grupo dirigido por Antonio “Ñico”
López, se trasladaba hacia el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, lugar
que pretendían tomar con el factor sorpresa.
Una vez en el sitio, parte del grupo
saltó la cerca del fondo y avanzaba hacia el patio. Sin embargo, uno de
los hombres que aún no había cruzado, notó la presencia de un soldado
en la caballeriza y, sin haber recibido la orden para ello, le disparó.
Esto provocó un fuerte tiroteo.
El resto de los soldados se advirtieron y
de inmediato tomaron posiciones para resistir el ataque. Una
ametralladora en la azotea del edificio impidió el avance de los
revolucionarios y esto los puso en una situación muy desventajosa.
Perdido el factor sorpresa y tras media
hora de desigual combate, los asaltantes no tuvieron más opción que
retirarse. Anteriormente le causaron dos bajas al Ejército de la
tiranía, mientras, por la parte de los revolucionarios, sólo hubo un
herido.
En el retroceso, el grupo se dirigió
hacia un servicentro cercano para incendiarlo y rear una confusión
generalizada, esto les permitiera escapar de la feroz persecución de los
esbirros de la dictadura. En el camino se cruzaron con un vehículo
donde viajaban varios militares y les dispararon, causando la muerte a
un sargento de la Policía Nacional.
Sin pérdida de tiempo, las fuerzas del
régimen batistiano, organizaron el acecho y asesinato de los asaltantes
capturados. Esta situación, desató una bestial represión y se convirtió
en una de las páginas más sangrientas en la historia de Cuba, pero
también fue ejemplo del heroísmo de la nueva generación que se gestaba.
El asalto al cuartel Carlos Manuel de
Céspedes culminó en una derrota militar para los revolucionarios. A
pesar de ello, Fidel Castro brotó como el dirigente y organizador de la
lucha armada en Cuba y dicho combate representó un nuevo punto de
partida en las luchas de liberación nacional.
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