Che: amigo, médico y revolucionario de acero (+ Video)


Es difícil hablar de un hombre de su estatura moral, de alguien cuya muerte lo convirtiera en símbolo. La fecha dejó al mundo marcado por siempre: el 8 de octubre de 1967, es apresado el guerrillero heroico Ernesto Guevara de la Serna y asesinado al día siguiente en la Quebrada del Yuro, Bolivia.

Argentino de nacimiento y cubano por adopción, este hombre excepcional, abrazaba la muerte en cada combate  y la desafiaba como un juego en selvas pampas y montañas. Por eso, su desaparición física fue muy sentida en Cuba y fuera de sus fronteras.

A quienes lo conocieron y compartieron con él en tiempos de paz y guerra, les enseñó a ser transparentes como el agua, revolucionarios de ideas y a ser un león ante los cobardes y traidores de la tierra. Enseñó a los guerrilleros a no temerle a la muerte.

Dotado de una de voluntad de acero, el Che fue amigo, médico, un hombre inteligente. Fue un hombre que la muerte privó de tener por muchos años y que reunía en su íntegra personalidad, las virtudes de un verdadero revolucionario, a quien en su conducta, no se le puede encontrar ni una sola mancha.

Che significa revolución, cambio, intransigencia, lealtad… La Sierra, la Invasión, la Batalla de Santa Clara, fueron los escenarios de sus hazañas. Y ante los ojos de los cubanos que no lo conocimos, lo vemos levantando un muro, cortando caña, manejando una combinada, en un trabajo voluntario, imágenes que aseveran que lo califican como un hombre para todos los tiempos.

Conmovía su intachable ejemplo personal, su autoridad moral y su fe inquebrantable en la victoria. Ante quienes lo consideraron un aventurero, cual Quijote latinoamericano, se les anticipó y dijo que lo era, pero de un modo diferente. Era de esos hombres que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.

Ernesto Guevara de la Serna fue un hombre extraordinariamente humano, sensible, un trabajador infatigable. Por eso, legó a las nuevas generaciones su ejemplo, sus sueños y la disposición de seguir su camino con la adarga al brazo para sentir por siempre bajo sus talones,  el costillar de Rocinante.










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