Por:
José Raúl Concepción
Cuando el mundo era bipolar, alguien dijo lo que suena a obviedad: “juntemos lo mejor del capitalismo y el socialismo en un solo sistema“. Si cada uno tiene sus defectos y virtudes por qué no desechar lo inútil. La idea es atractiva, sería algo así como la sociedad idílica. Pero qué impide realizarla ¿Por qué se sigue hablando de capitalismo y socialismo? Detrás de aquella obviedad habita otra: no puedes sacar lo mejor del capitalismo como si se tratara de una fruta que se dañó al caer del árbol. Las virtudes de ese sistema se sustentan en sus defectos.
Al parecer la idea no era lo que prometía y continúan las mismas opciones: o mantienes el modo de vida que daña cada rincón de este planeta o buscas una alternativa que solucione los problemas desde la raíz.
En la política, como en la vida, estar en el centro resulta complicado. Sin embargo, existe el funambulismo.
Cubadebate conversó sobre el Centrismo Político con el intelectual cubano, Enrique Ubieta, quien a preguntas sencillas respondió con disertaciones sobre la historia, vigencia y posible aplicación en Cuba de la llamada Tercera Vía.
–¿Es posible que el centrismo represente lo mejor del capitalismo y el socialismo?
–El capitalismo no es una suma de aspectos negativos y positivos, de elementos que pueden ser rescatados o desechados: es un sistema, que en algún momento fue revolucionario y hoy no lo es. Lo engloba y lo encadena todo: la alta tecnología, la más sofisticada riqueza y la miseria más absoluta.
Los elementos que contribuyen a una mayor efectividad en la producción son los mismos que enajenan el trabajo humano. Los que generan riqueza para unos pocos, producen pobreza para las mayorías, a nivel nacional e internacional. Me parece una falacia establecer semejante meta: no existe “lo mejor del capitalismo”, como si este pudiera ser depurado, como si un capitalismo bueno fuese factible. Hay versiones muy malas, como el neoliberalismo o el fascismo, pero no conozco ninguna buena. El capitalismo siempre es salvaje.
Por otra parte, el socialismo, a diferencia del capitalismo, no es una totalidad orgánica, una realidad ya construida, sino un camino que no deja atrás de golpe al sistema que intenta superar. Probamos por aquí y por allá, adoptamos nuevas formas, avanzamos y retrocedemos, eliminamos lo que no resulta, rectificamos los errores una y otra vez; un camino hacia otro mundo, en medio de la selva, porque el capitalismo es el sistema hegemónico. Lo que lo caracteriza es su intención confesa, consciente, de superar al capitalismo.
¿Existe un centro? ¿Sobre qué bases se establece? En el sistema electoral capitalista supuestamente existe una izquierda y una derecha, pero esa izquierda, cuya matriz ideológica es la socialdemocracia, que en sus orígenes era marxista y pretendía reformar el capitalismo hasta hacerlo gradualmente desaparecer, hoy es funcional al sistema, y ha renegado del marxismo, y se diferencia de los partidos conservadores en sus políticas sociales y en su comprensión desprejuiciada de la diversidad.
La fórmula centrista funciona al interior del sistema capitalista como un recurso electorero. El elector –que se maneja como un cliente porque las elecciones funcionan como si fueran un mercado– está harto de que los partidos de derecha y de izquierda se alternen y apliquen políticas similares, y el sistema construye entonces una falsa tercera vía.
Pero los polos reales no están dentro de un sistema, se contraponen: son el capitalismo y el socialismo. No existe un centro, un espacio neutro entre los dos sistemas. La socialdemocracia se ubica dentro del capitalismo, pero finge ser un centro, que intenta hacer lo que declaramos imposible: tomar lo mejor de uno y otro sistema.
En realidad, provoca una alternatividad de métodos, no de esencias. Más allá de casos muy aislados, como pudo haber sido Olof Palme en Suecia, que vivía en un país muy rico, que aún sin haber tenido colonias, como parte del sistema capitalista, también se benefició del sistema colonial y neocolonial.
La socialdemocracia, que parecía ser la triunfadora, dejó de tener sentido cuando cayó la Unión Soviética y desapareció el Campo Socialista. Ni siquiera en Suecia pudo mantenerse (Olof Palme fue asesinado). A partir de entonces, el sistema ya no la necesitó y tiene que recomponerse. La Tercera Vía de Tony Blair es un centro que se ha corrido todavía más hacia la derecha: acepta e instrumenta una política neoliberal y se alía a las fuerzas imperialistas en sus guerras de conquista. La historia de la socialdemocracia es esencialmente europea.
¿Qué papel podrían tener las políticas de centro en Cuba?
En definitiva, ¿qué es ese centro? Es una orientación política que se apropia de elementos del discurso revolucionario, adopta una postura reformista y en última instancia frena, retarda u obstruye el desarrollo de una verdadera Revolución.
Y en otros casos, como el nuestro, intenta usar la cultura política de izquierda que existe en la sociedad cubana porque no puedes llegar aquí con un discurso de ultraderecha a tratar de ganar adeptos. Tienes que usar lo que la gente interpreta como justo y con ese discurso de izquierda empezar a introducir el capitalismo por la puerta de la cocina. Ese sería el papel que podría tener el centro dentro de una sociedad como la cubana.
Con diferentes terminologías y contextos, políticas similares al centrismo han estado presentes en la historia de Cuba desde que el Autonomismo intentara detener la Revolución independentista de 1895… ¿Por qué cree usted que hay una especie de resurgimiento del centrismo en Cuba en el contexto actual?
En la historia de Cuba está muy clara esa división de tendencias entre el espíritu reformista y el revolucionario. Es una vieja discusión en la historia del marxismo, pero solo voy a referirme a la tradición cubana.
El reformismo está representado por el autonomismo y por el anexionismo. Hay autores que insisten en decir que el anexionismo aspiraba a una solución radical, porque quería la separación de España. Aquí el término “radical” está mal usado, porque no se iba a la raíz del problema.
La solución de anexar el país a los Estados Unidos era solo en apariencia radical porque pretendía conservar los privilegios de una clase social y evitarle además el desgaste económico de una guerra por la independencia, conservar el statu quo a través de la dominación de otro Poder que garantizara el orden. Las dos tendencias, el anexionismo y el reformismo, tenían como base la absoluta desconfianza en el pueblo. El miedo a “la turba mulata”, como decían los autonomistas.
El reformismo entreguista ha permanecido a lo largo de la historia de Cuba hasta nuestros días, no se ha extinguido. La Revolución de 1959 lo barrió como opción política real, pero la lucha de clases no ha desaparecido. Si la burguesía o la que aspira a serlo, intenta retomar el poder en Cuba, tanto la que se ha formado fuera del país como la que pueda estar gestándose dentro, va a necesitar de una fuerza exterior que la respalde.
En Cuba no habría un capitalismo autónomo, no existe ya en ninguna parte del mundo, menos en un país pequeño y subdesarrollado. El capitalismo cubano, como en el pasado, solo puede ser neocolonial o semi-colonial. La única forma que tiene la burguesía de retomar y mantener el poder en Cuba, es a través de un poder externo; es la única opción para reproducir su capital, y ya sabemos que la Patria de la burguesía es el capital.
Hoy existe una situación que favorece este tipo de tácticas centristas, sembradas en Cuba desde el Norte. Termina su ciclo histórico-biológico la generación que hizo la Revolución. Alrededor del 80 por ciento de la sociedad cubana no vivió el capitalismo. Imagínate, Cuba es un país que intenta construir una sociedad diferente a otra que la gente no vivió.
Hay una situación de cambio y se introducen nuevos elementos, antes rechazados, en la concepción del modelo económico-social. Es en ese contexto que las fuerzas procapitalistas construyen su discurso seudorevolucionario, solo en apariencia, enlazado a los cambios que se operan en el país.
¿La Actualización del Modelo Económico y Social Cubano tiene alguna semejanza con el Centrismo?
No la tiene. Apelo a conceptos que hallé en el filósofo argentino Arturo Andrés Roig. Es imprescindible diferenciar dos planos: discurso y direccionalidad discursiva, significado y sentido. Recuerdo que mientras estudiaba la década de 1920, observaba que Juan Marinello y Jorge Mañach decían casi lo mismo, manejaban conceptos muy similares, porque eran intelectuales que estaban en la vanguardia del pensamiento y el arte cubanos. Pero si sigues la trayectoria de ambos, comprenderás que aquellas palabras con significados similares tenían sentidos diferentes.
Marinello se integró al Partido Comunista y Mañach fundó un partido de tendencia fascistoide. Uno peleaba por la justicia social y el socialismo, mientras que el otro deseaba tardíamente convertirse en el ideólogo de una burguesía nacional que ya no existía. No creo que esa ruptura sea solo el resultado de una evolución posterior: ya estaba implícita en la diferente direccionalidad histórica de sus discursos.
Es importantísima esa diferenciación de sentidos, hoy más que nunca, porque vivimos en un contexto lingüístico muy contaminado, promiscuo, en una sociedad global que ha asimilado el discurso e incluso los gestos tradicionales de la izquierda, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial. La lucha de clases se enmascara, y es preciso desentrañar a quienes sirven nuestros interlocutores.
¿Qué se proponen los Lineamientos? Buscar una vía propia, alternativa, para avanzar hacia el socialismo, ya que no existe ningún modelo universal y cada país y cada momento histórico son peculiares. Un socialismo cubano equivale a decir un camino cubano hacia una sociedad diferente a la capitalista, en un mundo hostil, desde la pobreza, el bloqueo implacable y la ausencia de recursos naturales, si exceptuamos el conocimiento de sus ciudadanos.
Esa es la situación real de Cuba. Nos proponemos mantener y profundizar la justicia social alcanzada, y para ello debemos dinamizar las fuerzas productivas. Por eso establecemos límites a la acumulación de riquezas y propiedades, y nos preocupamos por los mecanismos de control de esos límites. En sentido inverso, los centristas, con lenguaje parecido al nuestro, sugieren que hemos abandonado el ideal de justicia social, pero exigen una profundización de esos cambios que conduciría al desmantelamiento de lo mínimamente conseguido en términos de justicia.
La “profundización” que exigen los centristas, tanto desde el punto de vista económico como político, es una vuelta al capitalismo. Pueden y deben ser escuchadas las opiniones críticas y divergentes en nuestra sociedad, pero todas deben apuntar hacia un mismo horizonte de sentido.
Cuando alguien dice que el socialismo no ha logrado erradicar la corrupción o la prostitución, yo me entristezco porque sé que es verdad. Pero al mismo tiempo habría que preguntar: “¿el capitalismo qué haría con eso?” Lo multiplicaría. Cuando la acusación no conlleva un camino hacia el afianzamiento del sistema que tenemos en el país –el único que puede subsanar sus defectos, insuficiencias y errores–, sino hacia su destrucción, la crítica es contrarrevolucionaria.
Porque no todo lo que hagamos estará bien; nos vamos a equivocar, eso es seguro. El que camina se equivoca. Lo importante es tener la capacidad para rectificar y tener claro el sentido de lo que estamos haciendo, para qué lo hacemos. Si en algún momento perdemos el rumbo, habrá que consultar la brújula que marca el sentido. Que todo lo que podamos hacer ahora, y lo que discutamos, esté marcado por la clarificación de qué queremos y hacia dónde vamos.
¿Se puede ser centrista y revolucionario al mismo tiempo?
No, en absoluto. Un reformista no es un revolucionario. Lo que no significa que un revolucionario no pueda hacer reformas. Los revolucionarios hicimos la Reforma Agraria, la Urbana… Ser reformista es otra cosa.
El reformista confía en las estadísticas y en descripciones exhaustivas de su entorno que terminan haciéndolo incompresible. Una descripción minimalista de las paredes de esta habitación no nos permitiría entender dónde estamos, porque este cuarto está en un edificio, en una ciudad, en un país, es decir, la descripción, para ser útil, presupone una comprensión mayor. Hay que alzarse en vuelo de cóndor para ser revolucionario, que es lo que Martí exigía.
El reformista es descriptivo –cree que la realidad se agota en lo que ve y toca–, por eso se confunde y falla. En la política, el reformista solo puede sumar los cuatro elementos visibles del entorno social. El revolucionario añade un quinto elemento subjetivo no detectable a simple vista. Un elemento que el reformista no toma en cuenta, porque no confía en el pueblo.
Podemos resumir ese quinto elemento en el histórico reencuentro en Cinco Palmas de los ocho sobrevivientes del desembarco del Granma, dicho en palabras de Raúl: “Me dio un abrazo y lo primero que hizo fue preguntarme cuántos fusiles tenía, de ahí la famosa frase: ‘Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!’. Es el salto sobre el abismo que pedía Martí. Eso es lo que diferencia a un revolucionario de un reformista. Y un centrista es algo peor que un reformista, porque de alguna manera es un simulador.
En la tradición europea toda esa trama conceptual, teórica, política que se fue urdiendo desde el siglo XIX le otorga cierta espesura a los debates. En Cuba esos debates manifiestan su trasfondo de forma mucho más evidente. Y toda esa palabrería de juntar capitalismo con socialismo, de quedarte en un plano discursivo revolucionario, pero en la práctica contrarrevolucionario, de alguna manera, a mi modo de ver, también evidencia cierto nivel de cobardía, cierta incapacidad para liderar un proyecto en el cual crees. Esas personas creen en un proyecto que es opuesto al nuestro, pero no tienen la fuerza política ni la valentía suficiente para enarbolarlo abiertamente.