Por Pablo Soroa Fernández
En épocas de elecciones, como las
que este 21 de octubre se celebrarán para escoger a los delegados a las
Asambleas Municipales del Poder Popular, suelen escucharse provenientes del
exterior, diferentes variedades de aullidos.
La mayoría de ellos emitidos en el
registro más alto desde la cloaca de Miami, por beneficiarios, testigos o
protagonistas de los fueros y desafueros cometidos en la etapa anterior a 1959
en Cuba, cuando los pobres debían vender su voto para vivir, y hasta los
muertos “se las ingeniaban” para abandonar el sepulcro y acudir a los colegios
a depositar su boleta por algún poderoso.
La lejana región oriental de
Guantánamo distaba de ser la excepción de aquel deplorable estado de cosas y el
expediente que desempolvamos hoy constituye un mentís a quienes difaman el
actual sistema democrático imperante en la Isla, y elogian el de la Cuba seudo republicana.
A esos rumiantes les molesta que
hoy el pueblo nomine y escoja a sus candidatos, y controle su
actuar una vez elegidos; les molesta que se proscriban el
soborno, la intimidación, la publicidad y otras irregularidades inseparables
del proceso electoral capitalista.
Veamos lo que ocurrió en 1924,
durante la celebración de la votación para la alcaldía de Guantánamo, disputada
por Manuel Salas Álvarez, del llamado Partido Popular Cubano -aspirante a
reelegirse en el cargo- y el liberal Miguel Vilá Vicit, otro politiquero de
envergadura.
Aun cuando la posesión del puesto e
innegables simpatías entre la población le dispensaban ventajas, Manolo fue
superado por una exigua cantidad de votos, resultado con el que mostró
total desacuerdo.
En algunos colegios de la localidad de
Filipinas, otrora centro poblacional del actual municipio de Niceto Pérez, los
afines al candidato oficialista impugnaron igualmente los cómputos finales y
reclamaron un recuento, para lo cual procedieron al traslado de las urnas hasta
la capital del término municipal, “escoltadas” por la temida y corrupta Guardia
Rural.
Durante la larga travesía (unos 40 kilómetros), con
compañía tan poco confiable, los derrotados recurrieron al recurso más habitual
entonces: la sustitución del recipiente con las boletas originales, por otro ad
hoc, pletórico de planillas apócrifas y afines al perdedor.
Protestada con furia por los partidarios
de Milá Vicit, la chapucera alteración desembocó en gran trifulca que terminó
con el asesinato del alcalde en funciones. Por su población, la ciudad constituía la
octava de la “República”, de ahí la importancia política y financiera de la
anhelada plaza.
Comicios fraudulentos como el descrito son los
que anhelan resucitar aquellos residentes en países donde imperan elecciones
caracterizadas por el abstencionismo y la ilegalidad como únicos “méritos“.
Ignoran que de esas enseñanzas, los cubanos ya estamos de regreso.
Tanta experiencia acumulada y
sufrida, a manos de los politiqueros de entonces, por las generaciones que nos
precedieron antes de 1959, constituyen un estímulo para participar con
energía renovada, a estos venideros comicios del pueblo, en el cual
intervendrán masivamente los guantanameros.
La región cubana más oriental se
apresta, al igual que el resto de Cuba, a intervenir en una etapa vital
de un proceso democrático sin precedentes, el cual, por supuesto, suscita el
odio y el rencor de los enemigos de las prerrogativas y realidades que hoy
disfrutamos.
Al imperio y a sus acólitos de la mafia
miamense y de ciertos países de la Unión Europea da urticaria que rija sus destinos
un pueblo que fue sometido desde el 27 de octubre de 1492, hasta el 28 de
diciembre de 1898, por los conquistadores y colonizadores españoles.
Desde ese último año, como si la
ignominia acumulada con antelación fuera insuficiente, sobrevino hasta 1902 la
oportunista ocupación norteamericana, germen, entre otros males, de las farsas
electorales de la falsa República, bendecidas y estimuladas desde la vecina
nación, y vigentes hasta el primero de enero de1959, fecha en la cual,
parodiando la popular tonada de Carlos Puebla, llegó la Revolución y mandó a
parar.