Hace unos días, encontré a un compañero de la adolescencia que hace 25 años no veía, si, amigo lector, 25 años!! Al verlo, recibí tremendo alegrón, aunque no lo exteriorizara, es que a veces, no soy tan expresiva.
En el encuentro, muchos recuerdos viajaron por mi mente: los amplios y brillosos pasillos de las escuelas donde estudiamos los seis cursos, el olor a tierra mojada de los campos que rodeaban el centro escolar, las primeras ilusiones amorosas…, el sitio donde además, compartimos tantas cosas lindas.
Ante la incertidumbre de la casualidad, albergué algunas dudas: “ Ese compañero, estaba conmigo en el pre”, le dije a una amiga, al momento en que él volteó el rostro y al venir hacia mí, dijo lo mismo. ¿Cómo es que no nos habíamos visto estos años?, le dije, difícil pregunta para quienes compartieron tantos gratos recuerdos.
Después de tanto tiempo, encontrar a este compañero, sirvió para vernos en el espejo que caracteriza a la juventud cubana y examinarnos por dentro. La pregunta de cuánto cambiamos en este tiempo, no nos la hicimos, y pienso que no hizo falta, estoy completamente segura de que durante el encuentro, varias veces ese pensamiento vino incondicionalmente a nuestras mentes.
Dicen que después de los 40 años le llega a una la nostalgia, debe ser que adquirimos más experiencia de lo que nos aporta la vida. A lo mejor por eso traje a colación el tema, para expresarles la inmensa alegría del reencuentro, que ojalá se repita también con otros compañeros, así nos daremos la oportunidad de vernos y saber qué hicimos en esos 25 años preciosos años.
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