Cinco días después del 30 de julio de 1957 en Santiago de Cuba, cuando
sicarios de la dictadura batistiana dirigidos por José María Salas
Cañizares dejaron sin vida a Frank País García y a su compañero Raúl
Pujols Arencibia en el Callejón del Muro, otro hecho retumbaba en la
ciudad de Guantánamo. Eran alrededor de las 2:30 de la tarde del 4 de
agosto de 1957 cuando una fuerte explosión estremeció la mitad de la
ciudad.
Era una imagen dantesca. Una especie de relámpago alumbró el cielo y la nube de cenizas y escombros se esparció sobre varias cuadras a la redonda de donde ocurrió el hecho. El estallido venía de la fábrica clandestina de bombas del Movimiento 26 de Julio, ubicada en la calle Aguilera N.o 751, entre Santa Rita y San Gregorio, de esta ciudad.
Los revolucionarios habían construido allí un túnel parea esconder nutridas cajas con dinamita, escopetas y doscientas libras de explosivos, además de herramientas y una romanita de farmacia donde se pesaban los componentes químicos para lograr las bombas. Estas provisiones eran para abastecer a los combatientes del Ejército Rebelde y de la lucha clandestina en otras regiones de Cuba.
En el siniestro perdieron la vida Enrique Rodríguez, Fabio Rosell y Gustavo Fraga, experimentado revolucionario que había dedicado toda su vida a la causa. Mientras, Abelardo Cuza y Jesús Martín, vecinos que acudieron al lugar para ayudar a los combatientes, fueron golpeados por el ejército de la tiranía batistiana y posteriormente asesinados. Sus cadáveres se juntaron a los de los valerosos revolucionarios clandestinos. Ese día se enlutaron varias familias guantanameras.
Minutos antes de la explosión, el general de brigada Demetrio Montseny Villa, jefe del Movimiento 26 de Julio en Guantánamo y testigo del hecho, había bajado al sótano donde estaba a la fábrica para dialogar con Fabio, Gustavo y Enrique, enfrascados en la ardua y peligrosa labor de preparar los explosivos.
En el intercambio con los combatientes les reconoció el trabajo realizado y les explicó las tareas que tenían por delante,al mismo tiempo, los incitó a que conservaran la digna actitud de tributar medios de combate para la causa revolucionaria.
Posteriormente Villa se personó en la casa contigua donde residían otros compañeros del Movimiento y ahí lo sorprendió la explosión. Uno de los escombros le cayó encima causándole una herida en la cabeza, por lo que fue trasladado al Centro Benéfico. Allí fue asistido por los doctores Enrique Suárez Poutuo y Francisco Roáis Fresneda, quienes lo protegieron de los sicarios del régimen dictatorial.
Por la significación histórica del lamentable incidente, a partir del año 1959, el 4 de agosto fue proclamado Día de los Mártires Guantanameros, en digno homenaje a Gustavo Fraga, Fabio Rosell, Enrique Rodríguez, Jesús Martín, Abelardo Cuza y otros hijos de esta provincia que lucharon contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Hasta el obelisco erigido a los mártires, cada 4 de agosto, el pueblo guantanamero junto a los miembros de la Asociación Hermanos Saíz marcha en peregrinación para recordar a las víctimas del horrendo hecho. Allí se congregan para protagonizar un encuentro con la canción política e inteligente, en una jornada de eterno compromiso moral que resguarda la memoria de quienes iluminaron el camino de nuestra total independencia.
Era una imagen dantesca. Una especie de relámpago alumbró el cielo y la nube de cenizas y escombros se esparció sobre varias cuadras a la redonda de donde ocurrió el hecho. El estallido venía de la fábrica clandestina de bombas del Movimiento 26 de Julio, ubicada en la calle Aguilera N.o 751, entre Santa Rita y San Gregorio, de esta ciudad.
Los revolucionarios habían construido allí un túnel parea esconder nutridas cajas con dinamita, escopetas y doscientas libras de explosivos, además de herramientas y una romanita de farmacia donde se pesaban los componentes químicos para lograr las bombas. Estas provisiones eran para abastecer a los combatientes del Ejército Rebelde y de la lucha clandestina en otras regiones de Cuba.
En el siniestro perdieron la vida Enrique Rodríguez, Fabio Rosell y Gustavo Fraga, experimentado revolucionario que había dedicado toda su vida a la causa. Mientras, Abelardo Cuza y Jesús Martín, vecinos que acudieron al lugar para ayudar a los combatientes, fueron golpeados por el ejército de la tiranía batistiana y posteriormente asesinados. Sus cadáveres se juntaron a los de los valerosos revolucionarios clandestinos. Ese día se enlutaron varias familias guantanameras.
Minutos antes de la explosión, el general de brigada Demetrio Montseny Villa, jefe del Movimiento 26 de Julio en Guantánamo y testigo del hecho, había bajado al sótano donde estaba a la fábrica para dialogar con Fabio, Gustavo y Enrique, enfrascados en la ardua y peligrosa labor de preparar los explosivos.
En el intercambio con los combatientes les reconoció el trabajo realizado y les explicó las tareas que tenían por delante,al mismo tiempo, los incitó a que conservaran la digna actitud de tributar medios de combate para la causa revolucionaria.
Posteriormente Villa se personó en la casa contigua donde residían otros compañeros del Movimiento y ahí lo sorprendió la explosión. Uno de los escombros le cayó encima causándole una herida en la cabeza, por lo que fue trasladado al Centro Benéfico. Allí fue asistido por los doctores Enrique Suárez Poutuo y Francisco Roáis Fresneda, quienes lo protegieron de los sicarios del régimen dictatorial.
Por la significación histórica del lamentable incidente, a partir del año 1959, el 4 de agosto fue proclamado Día de los Mártires Guantanameros, en digno homenaje a Gustavo Fraga, Fabio Rosell, Enrique Rodríguez, Jesús Martín, Abelardo Cuza y otros hijos de esta provincia que lucharon contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Hasta el obelisco erigido a los mártires, cada 4 de agosto, el pueblo guantanamero junto a los miembros de la Asociación Hermanos Saíz marcha en peregrinación para recordar a las víctimas del horrendo hecho. Allí se congregan para protagonizar un encuentro con la canción política e inteligente, en una jornada de eterno compromiso moral que resguarda la memoria de quienes iluminaron el camino de nuestra total independencia.
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