Por: Norelys Morales Aguilera
Tomado de blog Isla Mía
El forastero que pasó unos días en Cuba cuando abandona la Isla se lleva todas las novedades que deja el aprendizaje de una nueva realidad, como cuando se viaja a cualquier parte, pero algo más lo acompaña y con los días adquiere la conciencia de haber estado en un plaza de paz social más allá de cualquier incidente particular.
No ha visitado el paraíso terrenal, lo sabe, pero cuánto daría en su propia ciudad, sea Buenos Aires, México, Bogotá, Montevideo, Río de Janeiro o una capital europea, por estar tranquilo cuando sus hijos salgan de noche, porque cuando vayan al colegio nadie les venda drogas o que no vean la violencia enraizada en muchas sociedades.
El forastero vivió un destape de los sentidos propio del trópico, que no cabe en los encasillamientos que los medios ofrecen todos los días de dios sobre la Isla-archipiélago- utopía.
Y el cubano que viaja termina por extrañar todo, pero por encima de lo demás, ese salir a las calles sin inhibiciones, sin zonas vedadas a la luz del día, sin lugares que le digan “ahí ni la policía entra” o que los amigos no se horroricen cuando ande solo.
No fue en el lapso de unos días, ni de una campaña ni de un furor pasajero. La paz social de Cuba se labró en años de aspirar a tener una sociedad más justa, de reclamar la justicia toda en todas partes y por todos como forma también de prevención de delitos.
Un Fidel Castro visionario y tan familiar a los cubanos subió al podio del Palacio de las Convenciones el 27 de agosto de 1990 en la inauguración del VIII Congreso de las Naciones Unidas sobre prevención del delito y tratamiento al delincuente. Iba a hablar de algo que sabía muy bien, que había ayudado a formar y dejaba conceptos que con los años siguió profundizando.
“Nuestro trabajo en la lucha contra el delito descansa en la prevención, en el conocimiento temprano de las actitudes pre delictivas, en el esfuerzo concentrado en la solución de dichas actitudes mediante la atención diferenciada de cada caso. Damos prioridad en nuestro sistema penitenciario a la rehabilitación del sancionado, posibilitando su incorporación al trabajo en las mismas condiciones salariales de cualquier otro individuo por un trabajo similar, a fin de que pueda ofrecer a su familia la atención y la ayuda necesarias, y facilitándoles posteriormente su reinserción social.”
DOS CASOS
Conozco a un padre de una familia disfuncional, cuyo nombre no cito por ser un encuentro personal, cuyo hijo fue ayudado en la escuela, en el Comité de Defensa de la Revolución, por las mujeres del barrio, pero delinquió. El día que en que el policía comunitario le informó que su hijo tendría que ser internado en la Escuela de Formación Integral, una “Escuela de Conducta” según dijo, literalmente, se derrumbó.
Sin embargo, algo más de un mes después el padre empezó a ver otro horizonte. Había sido un proceso de sufrimiento íntimo e inconfesable, pero los maestros del lugar, los educadores, las condiciones del centro habían cambiado su percepción. Año y medio después el chico salía para estudiar como obrero calificado. Hoy con 22 años labora en una panadería cuidando su puesto de trabajo y salario.
Eduardo Sandoval García, quien cometiera un delito de robo con violencia y fue sancionado a 12 años de privación de libertad.
Otro caso conmovedor resulta el de Eduardo Sandoval García, quien cometiera un delito de robo con violencia y fue sancionado a 12 años de privación de libertad. Desde el 2008 está en libertad condicional y está a punto de expirar su sanción. Es profesor de cultura física y comunitaria, graduado desde una prisión y en libertad condicional imparte clases a varios grupos en la ciudad de Santa Clara.
Pregunto si es aceptado por sus alumnos, en su mayoría personas de la tercera edad y otros con enfermedades no transmisibles. Responde que sí, y dice creer que es lo que le devuelve el hecho de haber rectificado una conducta indeseable en un proceso largo y doloroso como pocos. Y, está de acuerdo en llamar generosidad a lo que percibe en su entorno.
Sonríe. Piensa. “Si no me hubieran tratado con humanidad, como el hombre que soy, no sé qué sería de mí. Fue la oportunidad que por el camino más difícil me puso la vida delante cuando Fidel insistió en convertir las prisiones en escuelas. No lo dejé pasar. Cometí un delito, pero no fue por falta de advertencias. No obré conforme a mi familia, pero aquí me tiene en el país y el lugar donde quiero vivir y soy aceptado por lo que soy”.
En muchas partes de la Isla usted puede hallar personas que saben que erraron, que debían a la sociedad una reparación, pasaron por el sufrimiento y una conquista interior de alto costo. Un mérito individual incalculable que se escabulle en las historias cotidianas. Pero, que tiene en derredor un tejido humano de quehaceres y fórmulas sociales.
El socialismo no termina por decreto con familias disfuncionales, divorcios, padres despreocupados, interacciones con la oreja peluda del lucro y la ostentación, la discriminación de cualquier tipo o la violencia doméstica, males todos que el vivir en sociedad tipifica, pero la sociedad cubana, esa plaza de paz perceptible y vívida, da alternativas a los humanos que son los actores del derecho.
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